miércoles, 26 de marzo de 2008

Puntos kilométricos (Epílogo al mundo del motor)


Al mismo punto kilométrico de un carretera en el fin del mundo llega por dos veces la misma moto con motoristas diferentes en un intervalo de tres años aproximadamente. El lugar tiene una referencia muy clara: hay un Ford Falcon de color verde incrustado en una furgoneta Volkswagen decorada con flores y soles que la lluvia y el sol va destiñendo día a día. Desde que la Africa Twin 750 pasó por allí la primera vez, detrás del vehículo que se salió de la carretera e hizo doble impacto: en el poste del tendido eléctrico y en la furgoneta aparcada en el prado, hasta la segunda vez han ocurrido cosas mínimas, pero sustanciales. En primer lugar la vaca que contemplaba la soledad ha encontrado un nuevo lugar favorito en la colina de enfrente. Tiene una perspectiva más interesante de la carretera, por la que a veces no pasa ningún vehículo a motor en todo el día. Después, ha muerto uno de los dos viejos que se sentaban en el banco corrido de madera. Por lo demás, el oxido ha ido ganando espacio en las chapas de los dos vehículos y el punto kilométrico, digamos X, sigue siendo el fin del mundo.

En otro punto kilométrico en otro confín, digamos Y, hay una vieja caseta para reparar automóviles. Está allí desde hace unos meses. En ella un joven se dedica a la mecánica de los motores. Le mete mano a cualquier cosa que tenga uno. La caseta y su mecánico llevan tiempo dándole la vuelta al mundo. Nunca se quedan en un punto kilométrico demasiado tiempo. El joven no sale al exterior, está siempre en la penumbra del taller. Pero conoce los paises y las ciudades y sus gentes a través de los vehículos que le confían. Como no suele hacer preguntas averigua mucho más que si las hiciera. Un día aparece un tipo con un Lexus. Hay ocasiones en las que el coche falla. El joven mecánico se asoma al motor y pasa dos días poniéndolo a punto. Es complicado porque no dispone de la máquina computadora para chequearlo. Por algún motivo el tipo no lo lleva a un taller de la marca. Por un motivo muy concreto el mecánico se propone dar con la avería y dejar el coche como el día que salió de fábrica. El mecánico ha viajado por todos los continentes sin salir de su caseta-taller. Hay mucha gente dándole la vuelta al mundo. Gente en moto, a pie, o tomando aviones. Pero nadie en un Lexus. Cuando el coche está preparado aparece su dueño.
-¿Puedo beber agua?
El joven mecánico le señala un botijo grasiento y sudoroso. El otro lo empina y se echa gaznate abajo el hilo de agua que va saliendo por el pitorro. Tiene una sed insaciable. Mientras empina el codo, el joven mecánico se monta en el vehículo y arranca. El hombre que bebe del botijo supone que el mecánico le está sacando el coche afuera. Cuando por fin acaba de beber no encuentra forma de salir a la calle. Lo intenta cien veces y ninguna lo consigue. Su coche y su mecánico van camino del oeste. Entonces el nuevo inquilino de la caseta-taller decide viajar hacia el este. Pero como la mecánica no es lo suyo, planea reconvertir el negocio en un puticlub ambulante. Sabe, porque es un brillante economista y hombre de negocios, que su éxito está asegurado. Descubre enseguida que le gusta viajar por el mundo sin salir de su puticlub.

En el tercer punto kilométrico, digamos Z, del tercer finis terrae, hallamos a una chica muy hermosa con muy poca ropa. Una chica que busca llamar la atención de los hombres que circulan por esa carretera que hay en la salida de la autopista. Y desde luego que sí lo consigue. Acaba de detenerse ante ella un enorme tráiler con carga frigorífica. La chica encuentra una mano fuerte y limpia por la que es izada hacia la cabina. No es la primera vez que se produce un encuentro entre ellos. Mientras vuela hacia arriba la chica recuerda al camionero. La fotografía que lleva pegada en un panel y los estantes con los libros encima de la cama sobre la que se tumbará.
-Hola.
-¿Cómo te va?
-Bien.
En una zona abandonada a la entrada de un polígono se vuelven a acostar.
Ambos recuerdan el nombre del otro. Lexus Cash y Pablo. Eso es decir mucho.

En el punto kilométrico número cuatro. Llamémoslo H. En una gran ciudad. En el centro del mundo. Un chico con la sonrisa podrida, después de recorrer medio mundo como polizón es atropellado en un paso de cebra. El conductor tiene más de cuarenta años de experiencia al volante y este es su primer accidente. Desde que aprendió a conducir en aquel viejo Seat 1500 de su padre, hasta una larga serie de vehículos propios, con los que podría haber recorrido el mundo en varias ocasiones, aunque nunca lo hizo.

7 comentarios:

Enrique Páez dijo...

Un multiepílogo acertado, por lo que veo/leo. Casi conviertes la colección de cuentos en una novela polifónica, o policlaxónica. Algo parecido me suena que hizo Ray Bradbury para convertir los cuentos de Crónicas Marcianas en una especie de novela (por sugerencia de su editor, que a veces tienen ideas brillantes los capullos de ellos).

Recaredo Veredas dijo...

Consigues un inicio memorable. Luego el relato se difumina ligeramente, pero sigue manteniendo el interés. Saludos.

Javier Puche dijo...

Salud, Hombre de barro. Soy compañero tuyo en "Los inéditos del síndrome" y, por si fuera poco, también paisano. Vengo aquí para darte la enhorabuena por tus textos, que he leído con gran interés. Si no tienes nada que objetar, te enlazo entre los favoritos de mi bitácora, a la que estás invitado.
Un saludo afectuoso desde Málaga.
Javier Puche

Fernando García Pañeda dijo...

Un epílogo sin parangón.
Excelente, excelente, hombredebarro.

Carlos Frontera dijo...

Original cierre a la serie.
Opino, como Recaredo Veredas, que el relato llega a embarullarse, después de un gran arranque.
Aun así, no resultaba sencillo hacer encajar todas las piezas.
Mis felicitaciones.

hombredebarro dijo...

Enrique, sí es un intento, no tanto de novela, sino de relato, para que las voces no representen sólo cuitas particulares. Esta tercera persona las deja clamar en el desierto, dentro de una tragedia mayor que la personal.

Recaredo, pensaré en lo que dices.

Herman, me alegro de verte por aquí, no objeto nada y te visitaré.

Fernando, impagable y entusiasta lector, eres muy magnánimo.

Michelen, ya te puedes ir por donde has venido.

Viajero solitario, lo dicho a Recaredo: voy a tenerlo en cuenta.

Un saludo a todos y gracias.

Marisopli dijo...

Yo digo lo mismo que Fernando, que para eso es mayor de edad.