miércoles, 9 de marzo de 2011

Boda


El carácter áspero de los camareros que servían las mesas de aquel banquete de bodas era una señal más de la importancia social del enlace. Repartirían los solomillos con seguridad marcial y malencarada, ante la que ciertas dignidades militares que se encontraban entre los invitados harían gestos defensivos con las servilletas. La sangre no llegó finalmente al río ni la salsa a los chaqués. Todo había sido medido en cientos de convites similares a aquel que tan especial era para los presentes. Los novios eran el centro de atención de todas las miradas. Los invitados comían y bebían con placer y ganas de agradarse, aunque se acabaran de conocer, en algunos casos de reconocer. Más allá del aspecto extraordinario que todos habían adoptado en la vestimenta, ellos con trajes oscuros y chaqués, ellas con vestidos de noche, que en la calle les habían conferido aire de pájaros de extraño plumaje, dentro del salón nadie podría decir que aquel no acabaría siendo uno de los eventos sociales más elegantes de la ciudad. Vamos a pasar por alto los vivas a los novios y a los padrinos, los brindis entre mesas y los de los novios con cada uno de los asistentes, vamos a mencionar sólo de pasada lo bien que abrieron los novios el baile, puesto que habían recibido las pertinentes lecciones de vals, no nos pararemos en el ambiente de fiesta en la barra, entre los hombres que antes de salir a la pista necesitan tomarse un par de copas, ni con los que se unen fraternalmente en conversación porque ellos no bailan, y no es no. De repente se organizó una conga a la que enseguida se sumaron la práctica totalidad de invitados, exceptos aquellos para los que no es no, los que no bailan así dependa de ellos la armonía de las esferas celestes. La serpiente humana se estiraba, se encogía, saltaba en éxtasis danzarín o se rompía por aquellos eslabones donde el alcohol había hecho más efecto. Las manos pasaban de los hombros a las cinturas o de las cinturas a los hombros, buscando los tactos carnales con pericia, con torpeza, con atrevimiento, con timidez, con sofoco, con galantería, en algunos casos con la ampulosidad de los gestos grandilocuentes, pero eso motivaba tropiezos y había que ir al grano, a la carrera, al baile, al desafío de no perder ni el paso ni el cuerpo que guiaba. La orquesta aceleraba el ritmo de la música para que la conga se precipitase de nuevo hacia el salón, del que se había escapado por una puerta lateral en dirección a los jardines. Varias veces la serpiente obedeció a la llamada, pero volvió a escapar nuevamente afuera, adonde la música seguía llegando con nitidez, luego el bailarín de cabeza se dirigió a la parte más alejada del recinto y consiguieron bordear la piscina sin que nadie cayese en su interior. El personal de servicio acudió precipitadamente a una señal del jefe de camareros, que tenía aires de brigadier. Los empleados empezaron a llamarle la atención a los invitados para decirles que el acceso a aquella zona estaba prohibido, que conducir la conga por allí era muy peligroso. El bailarín de cabeza les guiñó un ojo como si hubiese comprendido perfectamente y estuviese ahora en sus manos sacarlos a todos del peligro. Más o menos hizo unas cabriolas como si estuviese montado en un caballo, que todos los que iban tras él fueron repitiendo consecutivamente, y se dirigió al extremo donde se hallaba la puerta de salida, por donde la conga fue pasando como un líquido espeso por un embudo. A los bailarines apenas les llegaba un tenue eco de música, que acabó por perderse conforme la serpiente danzante marchó a través de la autovía. Sin embargo, los músicos siguieron tocando las piezas que tenían programadas, a la espera de que tarde o temprano habría de regresar la conga que había huído. Aquellos para los que no es no, los que nunca bailaban, pidieron otra copa con curiosidad de ver en qué acababa aquel insólito acontecimineto. Quien más quien menos tenía entre los bailarines de la conga una novia, una hija, una madre o una hermana, pero nada en sus rostros o en su actitud dejaba traslucir tipo de preocupación alguna o incertidumbre.

2 comentarios:

J. G. dijo...

lo importante es eso, que no pare la música

Lansky dijo...

camareros antipáticos, porteros displicentes, perros del hortelano que se creen los amos de las lechugas...