viernes, 25 de marzo de 2011

Idiotas



La fotografía de Berlusconi es de Platon Antoniou

Aquí estuvo un hombre así, como el que usted me describe, era simpático, y siempre sonreía al acabar sus frases, que eran muy cortas. Como si te dejase pensar en todo eso que tú ya sabías, que él también sabía, por lo que no era necesario añadir nada más, a buen entendedor, ya se sabe; uno se sentía cómplice, por supuesto, pero no siempre se sabía muy bien en qué inescrutable saber uno había sido iniciado. Sí, se quedó a vivir, yo entonces era muy joven y trabajaba en una ferretería. La primera vez que lo vi me pidió unos clavos con una sonrisa que parecía sugerir que tenía en su casa un Caravaggio descolgado y lo quería poner en una pared de su dormitorio. Era un tipo presumido, había algo de su físonomía de lo que se sentía muy orgulloso, eso era evidente, pero no sabría precisarle más. Se limitaba a sonreír y a dejar que la generosidad de los demás trabajase. Por supuesto, tuvo éxito entre nosotros. Por aquí habían sucedido cosas muy graves y la gente apenas sonreía, sintiéndose muchas veces culpable de tanta desgracia, pero qué hemos hecho para merecer esto, decían en voz alta, grandilocuente, con una pomposidad teatral que a algunos no nos sentaba bien. Él a veces, cómo le diría yo a usted, se paseaba por la alameda con cierto aire sanador, como si levitara con su sonrisa permanente, con una modestia falsificada, embaucadora, pero de qué lo íbamos a acusar que no nos acusase a nosotros de envidiosos. La verdad es que le hacía bien al pueblo. Cuando empezó a cortejar a una de las muchachas hizo lo posible por no lastimar a las otras. Qué bueno es el nuevo médico, decían todos, pero don Anselmo, que era el saliente por jubilación, lo tenía más que calado. No le hacía falta a don Anselmo decirme nada para que yo lo viese en él, en sus ojos. Al principio lo expresamos sin palabras, sólo con un par de movimientos de la cabeza. Pero llegó el momento de decir abiertamente lo que pensábamos. ¿Pero cuáles son las proezas que ha realizado este hombre?, pregunté yo de forma retórica una vez delante de don Anselmo, al paso del otro por la calle. ¿No ve usted cómo camina? A mí lo que me jode, dijo don Anselmo de un modo impropio en él, es cómo te da a entender lo que quiere decir con esos silencios cómplices. En esos momentos lo estrangularía, añadió. Miré a don Anselmo, al que jamás había oído expresarse de manera semejante. ¿Cómo se llamaba? El caso es que no recuerdo cuál era su nombre. Pero era él sin duda. De lo que le estoy contando hace ya más de cincuenta años, que se dice pronto, Dios mío. Se casó con una de las muchachas, ahora no sabría decirle cuál, y se marchó pronto del pueblo. Lo recuerdo perfectamente: mientras se subía al tren se comportó como si estuviese a punto de emprender un viaje alrededor de la tierra. La verdad es que yo creo que un poquito de envidia sí que nos provocó a don Anselmo y a mí. Fue la última vez que lo vi. Luego yo hice mi vida y don Anselmo descompuso la suya, que fue lo que le pidió el cuerpo en la vejez. En los primeros tiempos llegaron algunas noticias del doctorcito, pero sí he decirle la verdad no las recuerdo. A mí lo que me impresionó del tipo fueron aquellas maneras suyas, suaves y sonrientes, que le servían para rematar la vulgaridad de todo cuanto decía, como si lo anodino no fuese otra cosa que la manifestación de secretos y sobreentendidos de la inteligencia. Y puede que tuviese razón, mire lo que le digo. Don Anselmo no era menos idiota. Yo era muy joven para darme cuenta, pero sé que don Anselmo se dio cuenta. Y creo que hizo bien en echarse a perder de aquella manera después de haber llevado una vida mediocre, ejemplar. Lo sacaron del burdel inflado como un tonel de ginebra antes de que el colapso le sobreviniese.

P.S.

No soy muy dado a las citas porque me parecen un síntoma de grandilocuencia. Pero por paradoja voy a poner al final de este cuentecillo una que resume bien la idea matriz del texto: " Se puede ser breve sin caer en el efecto de brevedad característica de cierta grandilocuencia: en la medida en que se es breve sin afectación, es decir, sin sugerir al mismo tiempo que uno se mantiene lacónico de manera deliberada para hacer sentir a los demás cuánto podría decir todavía sobre tal o cual cosa." (Pág. 120 de Lo real. Tratado de la idiotez, Clément Rosset, Pre-Textos, 2004)

1 comentario:

Unknown dijo...

Tienes la virtud de dejarme con la boca abierta con los gestos que retratas con tus palabras.

Una admiradora (posiblemente idiota).