lunes, 14 de marzo de 2011

La ciudad un jueves



La fotografía es de Jordi Cohen

Había poetas por todas partes y cantantes de tangos, había también muchas actrices que lo mismo hacían un drama de Ibsen que un peli porno. Ibas a comprar el pan y un físico cuántico te explicaba el principio de incertidumbre con una sonrisa, que es el mejor modo, no para comprender lo que quería decirte, sino el modo en el que quería decírtelo. No se trataba del mejor mundo posible, nadie lo quería, el mejor mundo posible. Los asesinos en serie tenían su gracia, pero la gracia de un asesino en serie será siempre relativa. Se jugaba al fútbol, se jugaba mucho, pero a nadie le interesaban los partidos. Hemos ganado, decían los ganadores y la gente se encogía de hombros. Los perdedores salían a pasear su derrota, entraban en los bares a beber como un perdedor ha de hacerlo, pero si alguien les tomaba una fotografía aparecían en ella sonrientes y espléndidos, como si acabasen de ganar una medalla en natación. La gente cantaba, joder, la gente cantaba en el autobús, así que si no querías participar en un musical ibas a los sitios dando un paseo. El asunto de este informe es dar cuenta de la concentración que tuvo lugar en la ciudad aquella tarde de jueves a la hora en la que meriendan las niñas, poco más o menos, me refiero a esas niñas que ya no lo son tanto, a las que mojar las galletas en la leche les empieza a parecer un puto aburrimiento. Todo el mundo tiene aquel jueves en su memoria, todo el mundo sabe lo que estaba haciendo aquel jueves antes de comenzar la marcha hacia el centro de la ciudad o hacia cualquier otra parte. Por todas las esquinas, desde todas las calles comenzaron a aparecer las parejas. Muchas de ellas eran un padre o una madre llevados de la mano por un hijo; los había muy pequeños, como de quince meses que tironeaban y señalaban al frente todo lo que se les ponía a la vista exigiendo que se les nombrase. Los mayores no se podían equivocar, si llamaban árbol al semáforo, los pequeños protestaban a gritos, así que había que ir muy atentos. Otras veces los hijos ya eran ancianos, qué diremos de los padres, sólo que ya no recordaban el nombre de lo que se les iba señalando para que se fijasen bien en todo, porque quizás llevaban años sin salir de la cama o de sus casas, con ese aire de albina transparencia que se les ponía. Otras parejas consistían en quien iba atado y quien guiaba con un collar de perros, también había quien se había subido a los hombros de su pareja y con las manos le tapaba los ojos para darle una sorpresa. Todo el mundo sintió el deseo irreprimible de salir a la calle. Los del centro salieron al extrarradio. Había grupos de muchachos con bolsas de plástico en las manos llenas de botellas para hacer cubatas, había profesionales a los que se les podía identificar por el uniforme. La calle se llenó. Desde arriba un helicóptero se dedicó a grabar y a hacer fotografías del fenómeno. Desde otras ciudades se miraba lo que estaba ocurriendo a través de la televisión y de internet. Desde un punto de vista cenital la ciudad parecía una enorme rodaja de pollo trufado. Finalmente, las autoridades tomaron cartas en el asunto, y como nadie parecía tener ganas de volverse a su casa, aparecieron los antidisturbios con su aire varonil. Pero les costó mucho, les costó mucho dispersar a quienes nada pedían, nada querían. Cuando sacaron las escopetas de los gases lacrimógenos todo el mundo les aplaudió y celebró la fiesta. Luego sí, los gases hicieron efecto y hubo mareos, toses, llantos y quebrar de huesos.

2 comentarios:

Manu Espada dijo...

Antonio, me tienes totalmente admirado. Tienes una capacidad creativa impresionante. Debes ser el escritor más prolífico de todos los que "conozco", y todo con gran calidad. No sé como lo haces (y con niños, buf). De verdad, impresionante lo tuyo.

hombredebarro dijo...

Gracias por tu comentario, Manu. Tengo ganas de pillar Zoom. La verdad es que hay que aprovechar las rachas en las que el trabajo cunde.
Un saludo.