El otro día el buzón me sacó la lengua, como si me hiciese una burla. Enredada entre las patas de la publicidad y los largos tentáculos de los avisos bancarios había una carta que remitía el ayuntamiento de una lejana localidad, a cuyo premio de cuentos me había presentado antes del verano. No me suelo presentar a concursos, pues no los gano. Desde que escribo con asiduidad lo habré hecho en seis o siete ocasiones, y siempre a partir de la primavera. He de confesar que enseguida pensé: Tate, ha sonado la campana. De esas seis o siete ocasiones conseguí hace ya más de tres años un accésit. Desde entonces nada. De cualquier forma no soy muy partidario de los concursos, ya he dicho que no los gano. Y creo, además, que en materia artística establecer una competición es un asunto irresoluble. No obstante, uno empieza con esto de los cuentos y como no sabe qué camino tomar, prueba el atajo de los premios. A mí hasta la fecha esa vía no me ha resuelto nada. El accésit me proporcionó una cantidad simbólica y el orgullo momentáneo de ver reconocido el trabajo que hacía, lo cual no me impidió saber enseguida que mi cuento era malo, muy malo. En cuanto le pasaron unos meses. Hay quien o lo que envejece así de rápido. Desde entonces no he vuelto a probar en ese certamen, no sé si por miedo a ganarlo o a perder. El caso es que la carta del otro día me invitaba a la entrega de premios en una localidad que dista de la mía más de mil kilómetros, sin haberlo ganado y sin ni siquiera figurar entre los finalistas. Lo agradecí, bien saben las Musas que lo hice, mentalmente: No te jode. Pero no podré, ese fin de semana me toca hacer la confirmación en mi parroquia.
Hay escritores que han ganado infinidad de premios y otros que tienen su palmarés lleno de telarañas. Pertenezco a esta segunda categoría. Lo curioso es que veo cómo en ciertos círculos a los escritores con un abultado número de victorias en su haber no se les tiene en cuenta, como si esos laureles fuesen un desprestigio. Por otra parte, en determinados contextos, si no puedes ofrecer en tu curriculum un discreto número de aciertos, pareces un advenedizo sin experiencia. La cosa es de un peliagudo equilibrio. Hay determinados certámenes que es importante ganar, mientras que otros mejor no hacerlo. En fin, la carrera de escritor, que se dice, una competición de cojos, en la que los tuertos y los mancos podemos ser reyes.
Para acabar me gustaría soltar una pregunta al viento, por si de casual agarra la respuesta que desde que Bob Dylan nos advirtió, sabemos que anda por ahí: ¿Usted qué tipo de escritor es? Por favor, tenga cuidado con la respuesta.
8 comentarios:
Hay un cuento de Roberto Bolaño donde dos escritores se van recomendando premios para presentar sus respectivos cuentos y siempre prierden y siempre siguen presentándose hasta que...
Otra cosa: no entiendo lo de que siempre le pongas un pero al libro que lees. ¿Te parece que encontrar sistemáticamente defectos es de buen lector o de buen critico? Qué curiosa idea...
A mí lo que me gusta de algunos concursos de cuentos es que aunque no ganes nada, por lo menos te envían gratis el que ganó, una vez publicado y resulta que hay que reconcer que a veces son buenos, mal que me pese.
Pues yo, respondiendo a tu pregunta, soy un escritor frustrado. Aunque pensándolo bien, esta respuesta es un poco estúpida. No estoy frustado realmente, puesto que escribo (por malo que sea lo que sale de mi cabeza). Lo que pasa es que no escribo todo lo que quisiera por culpa de esta, ¿cómo se llama?... ah, sí!: mi hipoteca.
;)
Saludos
Zbelnu, espero que no sea hasta que lo ganan. ¿Cómo se llama ese cuento?
Lo de ponerle pegas a lo que se lee es fácil. También me pongo pegas a mí mismo y me quiero mucho, no vaya usted a pensar. Es cómodo sentirse en casa y decirle a Thomas Mann que a su Montaña Mágica le sobran 200 páginas, ¿o no está usted de acuerdo? No en lo de que le sobran esas páginas, sino en lo de sentirse cómodo en casa, mientras se lee y después.
Un saludo, y agradecido por su visita.
pcbcarp, qué alegría ¿verdad?, si fuesen malos, pero no, hemos de reconocer que son buenos, aunque eso sí, ellos están cojos y nosotros sólo tuertos.
woody, un escritor de verdad siempre está frustrado, pero no todos los frustrados son escritores, ¿verdad? Las hipotecas, ah, las hipotecas, qué argumento más estupendo para nuestro próximo relato.
Saludos a todos y gracias.
Yo nunca había ganado ningún premio hasta el año pasado que me vinieron 5 de golpe, es un subidón en cuanto a que tu trabajo le ha gustado a alguien!!! Pero me siento frustrado cada vez que me pongo delante de un folio en blanco, es desalentador. Incluso tengo pesadillas cuando le doy muchas vueltas auna idea que no sale. Por cierto, me ha llegado la misma carta que a ti invitándome como perdedor a la entrega de premios de esa localidad. Todo un detalle. Conclusión, escritor es el que escribe, que es más duro de lo que parece.
En esto de los premios hay demasiado juego sucio, mucha mala política. Si te paras un momento a analizar los que han ganado uno de los más prestigiosos de nuestro país —el Nadal— adviertes algunas ausencias indebidas y alguno que sobra. Y del Planeta no digamos nada. Siempre me ha extrañado que el Nobel de Literatura —el más prestigioso de todos— le fuese otorgado A Sully Prudhome, Echegaray, Pearl S. Buck, equiparándolos al nivel de un Faulkner, Hemingway, García Márquez. Y mi sorpresa es superlativa cuando vemos que Tolstoi y Borges no lo consiguieron y llevan el mismo camino al parecer Delibes, Vargas Llosa, etc.
Si me preguntasen mi opinión sobre si presentarse o no a concursos, diría que si el que escribe está convencido de que el cuento que ha escrito tiene, según su leal saber y entender, una aceptable calidad, que adelante, que se presente, al margen de si hay premio o o no.
En los concursos de cuentos se guían mucho por los nombres de los concursantes —premiados en otros certámenes, concursantes que repiten, etc.—, así que ¡a presentarse si lo crees conveniente!, porque el que un cuento no haya sido premiado, ¿quiere decir que es malo?
Saludos.
No, en el cuento de Bolaño uno de los dos amigos muere y el otro sigue presentándose indefinidamente. Lo que me parece mal es que creas que tienes que poner pegas y que eso denota más exigencia. No lo creo. Hay que ser exigente, peor también generoso para poder reconocer que algunos libros apenas tienen pegas o éstas son tan pequeñas que no importan. La montaña mágica efectivamente tiene páginas prescindibles, pero su personaje, la atmósfera, la enfermedad, aquel sanatorio, y un núcleo de aquellas discusiones se quedan ahí en la mente, si es que uno entra. Un crítico o un lector tiene que ser capaz de reconocer los logros y el talento de otros y no situarse siempre falsamente por encima.
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