jueves, 8 de noviembre de 2007

Mi escritorio


Como nunca me han hecho una de esas entrevistas que sirven para cerrar una publicación sobre libros, no había tenido oportunidad antes de contar dónde escribo. Cuáles son mis manías. Cuántas horas le dedico. Y ese tipo de cosas que pertenecen a la despensa de cada escritor.
Vayamos por partes. Me ha pedido una admiradora que lo haga. No sabes dónde te metes con esto del blog, me dicho en privado. Así que ahí voy.
Mi escritorio es ambulante. Me explico, no es que yo vaya de un lado para otro, como un reportero de guerra, como un infatigable explorador, o como un azafato (¿por qué han desaparecido las azafatas, qué es lo políticamente incorrecto del término?). Mi deambular transcurre por la casa, de la terraza a la cocina, del salón al almacén de libros (llamarlo biblioteca sería descreer desde ya de la eficacia de la catalogación). Como alma en pena voy con el portátil por dos motivos: porque le chorizo el wifi a un vecino distinto por cada lado de la casa y porque tengo dos niños a los que persigo y de los que huyo, con cuatro y un año y medio. A veces escribo en una libreta, como esta mañana, en el cuarto de baño. A veces en el recreo, entre mis clases. O en la propia clase, si mis pupilos están haciendo un examen. ¿Manías? Bastante tengo con no hacer ciertas concesiones en el desarrollo de los cuentos, como para tener además que usar un determinado color de boli o un salvapantallas con la sonrisa de mi perro o tener que ponerme un batín deshilachado o un bombín ( que por ese camino sólo se llega a ciertas perversiones de índole fetichista). ¿Horas? Digamos que, haciendo media, no tengo mucha idea, pero si estoy con un cuento entre manos, paso en el tajo unas tres horas al día. Una semana o semana y media por cuento. Más o menos, ¿eh? Que ya veo en sus caras un gesto extraño. A 300 palabras la hora, o a 100, o a 500, que depende de la inspiración. En fin, cuando escribo no me pongo bajo la protección de ningún santo, San Chéjov está muy ocupado con los aproximadamente dos millones de cuentistas que lo reclaman, San Cheever no ofrece soluciones, sino interrogantes, San Cortázar se ha metido en la publicidad y no está para gaitas. El amigo Carver está taciturno, cada día más, no se le saca palabra. Sin embargo, en mi cabeza se abre paso la imagen de un relojero que tiene su taller cerca de donde vivo. Está sentado, mira las piezas que él mismo ha desmontado con una lupa y vuelve a ponerlas en su lugar, no sin antes sustituir la defectuosa por una nueva. Amén. Con una diferencia: mi reloj nunca fuciona dando la hora precisa. Un cuento que funciona es un trasto inútil, me dijo en cierta ocasión un escritor que yo leía a deshoras. Por ese camino parece que voy por el buen camino. Para escribir con los pies. O con la punta de la nariz. ¿No lo había dicho: el toque genial que le imprimo a mis textos viene de que nunca uso las manos?

6 comentarios:

Juan F. Plaza dijo...

¿Tres horas de "tajo"? ¡Qué suerte! Yo también tengo un crío de año y medio y no veo de dónde sacar tres horas, creo que me entiendes...
Por seguir con el juego de otro comentario anterior, más que un escritor frustrado soy un escritor "furtivo"...
Saludos

Belnu dijo...

Ese relojero recuerda al óptico de Combray de Proust que ponía sus verres grossissants, sus lupas sobre lugares distintos, y eso le hacía al narrador pensar que cada lector leería un libro distinto en el suyo, porque pondría la lupa en un aspecto y apenas vería los otros.

Antonio Senciales dijo...

Estas líneas tienen más sentido del humor del que haya leído en ocasión alguna en tus cuentos, creo, aunque no le faltan a éstos tampoco en ocasiones.
A mi me gustan mucho al día de hoy (porque en esto he sido cambiante a lo largo de los siglos -ahora explico esto-) dos maestros consagrados, por orden, Medardo Fraile (ya viejecito) y Quím Monzó (rondando la cincuentena) y, por lo que sé ambos, escribían de forma parecida a la tuya, en plan nómada y con la casa a cuestas.
Aclaro lo de cambiante: al igual que cambian los cuentistas o escritores considerados maestros, también mudamos la piel los lectores en cuanto a gustos. Chejov se me ha hecho viejo, entiendo que Cheever, Salinger y Carver marcaron una época y ahora vienen otros empujando. Como no sé escribir cuentos, pero me enseñaron a escribir con cinco añitos, tengo en mente escribir algunos artículos o ensayos (si me pongo serio) ssobre la cuentística de nuestros días, por países, para ser más incisivo, señalando a ser posible tendencias y para hacer gala del calificativo que he han endiñado en la presentación en un blog literario, creo que buy bueno: de profesión, literato, Me ha entrado el subidón, nunca me habían dicho una cosa tan bonita. ¡Qué complicado soy, joder! Ya me lo decía mi mami.
Lo de los siglos lo dije porque seguro que entre Woody, Zbelnu, el Hombredebarro y servidor de ustedes, seguro digo, sumamos sobre 200 años —yo pongo la mayor parte—, es decir que experiencia acumulada, como lectores al menos, tenemos y por ello te confirmo, Hombredebarro, que estás en el buen camino, tu método es bueno.
Saludos.

Antonio Senciales dijo...

Hombredebarro:
Lo olvidaba.
Y Cortázar y Horacio Quiroga se llevaron el secreto a la tumba.
De nuevo saludos.

hombredebarro dijo...

Woody: Tres horas, más o menos, a veces dos o dos y media, a veces una, no tengo mucho tino con las medidas, sumando media hora de aquí, diez minutos de allí, otro cuarto de hora y así. Es curioso, nunca creí que fuese capaz de trabajar a salto de mata. Pero sí.

zbelnu, una curiosidad más para decidirme a leer a Proust. Bueno, para intentarlo una vez más. En dos ocasiones anteriores he fracasado. Y mira que tengo gente alrededor a la que les entusiasma. Pero supongo que yo como esas novias antiguas estoy esperando que llegue el momento adecuado.

Antonio, adelante con esos artículos. Tienes la sangre envenenada de literatura.

Sr. Curri dijo...

Persiguiendo el wi-fi, jeje.
Es gracioso cómo se junta la gente en los parques con sus portátiles detrás de la conexión inalámbrica. Yo tuve el portátil pegado a una pared casi medio año, y me tenía que sentar de lado, en una postura que daba risa, para pillar el wi-fi del vecino. Para que luego digan que ya nadie necesita a nadie.
Buenos maestros tienes si te encomiendas a Carver, Cortázar y Cheever. Y gran fuerza de voluntad, tres horas al día escribiendo es todo un triunfo.
Un saludo.