viernes, 15 de febrero de 2008

Mercedes


Quién me iba a decir a mí hace 20 años que me iba a ver aquí de cuerpo presente con dos agujeros en la cabeza taponados, de dos tiros, algo más gordo, pero no mucho más, porque hace 20 años ya me sobraban tres o cuatro kilos, pero sí con más gusto para la ropa, con un aire más distinguido. Un traje como el que llevo vale una fortuna. Nadie podrá decir que no me queda impecable. Entonces nunca antes me había puesto una corbata. Y fíjate en ésta, Mercedes. Pepe y Sixto han sabido elegir bien. Hasta las que llevan ellos las han cogido de mi armario. No pierden el tiempo estos chicos, han aprendido de mí. No me molesta en absoluto que ya se hayan estado probando mis trajes. La primera vez que me puse una corbata fue para ir a verte a tí, Mercedes. Sólo recibías a hombres solventes y educados. Por aquellos tiempos yo no era más que un patán. Eras tú la que tenía estilo, la que sabía elegir. Eras tú la que había conocido las ratas y las chabolas. El eterno olor a agua sucia. Pero yo ni me lo podía imaginar. Habías aprendido a hablar bien y esa fue la primera lección.
-Niño, aprende a hablar.
Vestir como un dandy y hablar engatusando, sin faltas de ortografía, como me dijiste.
-Pon el oído, lee alguna novela y unos cuantos libros de poesía.
Lo mismo que te habían dicho a tí los viejos que se avergonzaban de tus expresiones después de haberte poseído.
Era cosa de fijarse en los peces gordos. No había manera de que me creyese lo que aquel tipo contaba en la novela, así que ni la terminé. La poesía me chocaba. Pero aprendí de quienes leían. Me gustaban las universitarias, las dejaba impresionarme al principio y más tarde era yo el que las impresionaba a ellas. Sin embargo, a tí nunca. Me conocías demasiado bien. Ni siquiera cuando te chapurreaba en varios idiomas las obscenidades que había aprendido. Ni cuando te contaba cómo hacíamos para que un tipo duro aflojase la pasta. Y eso me gustaba. Luego se convirtió en algo necesario, natural. Ya no era cuestión de dinero, pero siempre hacías que te pagase la tarifa.
-¿Nunca vamos a ser amigos?
-Ya lo somos, me contestabas.
-Quiero decir si siempre vas a cobrarme por estar contigo.
-Siempre.
No dejabas nunca de ofrecerme un detalle de profesional, aunque sabías que eso ya empezaba a disgustarme. Me acababas hablando como una furcia, tarde o temprano, en la cena o en el desayuno, donde menos yo lo esperaba.
-Esto lo hacen muchas esposas, me decías.
Si alguien hubo con quien no fuese así, yo nunca lo supe.
-¿Nunca te has enamorado?
-De tí, me dijiste. Y la sorna me hizo daño.
Un gánster herido así es como una fiera salvaje herida. Lucha sin contemplaciones, a muerte. Por eso no le ponía reparos a nada: a abrir un gaznate, a lanzar al fondo de la bahía a un padre de familia, a acribillar a tiros en un coche a dos tortolitos. Luego te contaba con todos los detalles mi hazaña y sonreías, triste, vengativa, deudora. Pero nada servía para nada más. Hasta que un día te comprendí. Un pordiosero te reconoció por la calle. Ibas a mi lado, señorita de compañía, a cenar con unos amigos. Llevabas un hermoso vestido que yo había pagado. Habías estado una hora arreglándote el pelo, las uñas. Me gustaba ver cómo te hacías la cera. Pero cuando te diste cuenta de lo que eso podía significar me lo prohibiste. Olías como podía oler una estrella de cine. Y llegó aquel viejo, sucio y desharrapado, y te reconoció. Habló de un mundo que tú ya no recordabas, de una chabola, de un hermano. Pero yo lo agarré por el cuello y tuvo que callarse porque lo ahogaba. Entendí todo el daño que aquel encuentro te había hecho. Entendí tu distancia del mundo. Y nunca más insinué que podríamos pasar por alto la tarifa estipulada. Dejaron también de molestarme tus detalles de fulana cara y exigente. Porque comenzó a correr entre nosotros un río subterráneo de cariño disimulado, de cuidado y atenciones. Porque nuestro cinismo crecía sobre él. Porque siendo duros y crueles, fríos y calculadores, había amparo en toda la rabia que tú contenías como un dique, que en mí estallaba como una bomba, cuando me liaba a mamporrazos con un infeliz.

Esa eres tú, Mercedes, delante del espejo. Desprecias a las demás y no te esfuerzas en disimulos. Sacarás una tarjeta con tu teléfono. Y se la entregarás a quien te la haya pedido sin mirarla. Desprecias a las de la lagrimita tambaleante. Y desprecias a las que quieren parecer más hermosas de lo que son. Tu vestido negro para que relumbre el collar de brillantes que yo pagué. La única que se atreve a tocar al muerto, porque quieres comprobar la calidad del frío que se aloja en mí. Frío blando, frío morboso, frío que te quieres llevar en la punta de los dedos. Porque ahí está todo, en el frío terrible de ese muerto que soy yo. Elegante, con esta corbata en la que te has fijado, con unos modales bien aprendidos de cómo se comporta el muerto, porque he asistido a un montón de funerales y sé lo importante que es guardar la compostura hasta que todos se vayan. Sin faltas de ortografía en mi expresión afable y simpática. Un poco más sola caminas hacia el coche que te espera.

Son tus pupilas del este y del sur, son chicas que traen en la punta de la nariz ese olor nauseabundo del agua podrida de las favelas, tienen adicciones, tienen miedo y la soledad se las come en el salón en el que esperan medio desnudas que llegue otra remesa de clientes. Son tan hermosas como quebradizas. El hombre se saca el dinero de una abultada cartera. Es un cliente fijo. Uno de los pocos que aceptas.
-No me pagues, le dices.
-Insisto en hacerlo.
Sus embestidas son mecánicas, frías, innecesarias.

5 comentarios:

Antonio Senciales dijo...

Me ha gustado. Es bueno. Destila sensibilidad de la buena, de la que ya no se lleva. Y la voz que narra es potente.
Saludos.

Recaredo Veredas dijo...

Sí. Es una excelente historia de crecimiento y degradación. Saludos.

hombredebarro dijo...

Antonio: el truco de la voz me ayuda mucho. Si en la primera línea mato al personaje que narra, éste se impone sobre mí sin clemencia. Ahora se trata de dejarlo hacer.


Recaredo: me alegra muchísimo tu comentario, crecimiento y degradación. Yo creo que también podría ser degradación y crecimiento.

Saludos, lectores.

Marisopli dijo...

¿Pues no van y me entran ganas de llorar?

Fernando García Pañeda dijo...

Estremece la frialdad y el descarnamiento de los personajes.
Como dice Antonio, con una voz muy potente.