martes, 5 de febrero de 2008

Un brasero


Todo empezó a oscurecerse cuando las llamas llegaron a los cojines, a la goma espuma, a las pesadas cortinas. Las vi avanzar hasta que la negrura se tragó sus azules y rojas lenguas, tan animadas. Me empezaron a picar los ojos, luego fue como si me entrase un huracán por los agujeros de la nariz. Y ya, asfixiado. A lo lejos seguía la tele puesta, la abuela dormida y asfixiada, en llamas. Comencé a arder enseguida, acariciado al principio, vivamante frotado después, como hacía mamá con la toalla nada más sacarme del baño, hasta carbonizarme. Y sólo un añito tenía. En mi cunita, con mis muñecos favoritos, aquellos a los que me agarraba para consolarme. Cómo ha pasado el tiempo. Hace ya un día, un año, un siglo, una hora, lo que sea. Aún estoy asfixiándome, aún hay llamas que salen de mí. Donde el tiempo es todo. Y donde no es. Donde hay y no hay. Abunda y escasea. Es difícil, pero para que lo entendáis: yo habría querido ser escritor, pero las llamas se adelantaron a cualquier deseo. No deseé ser nada. Fuí lo que fuí. Y ahora lo soy. Todo y nada. Dentro de todo, alguien podría haber dicho de mí una sandez como la que estoy viendo en una contraportada cualquiera: “Tavares triunfará, eso es algo que se ve venir”. Yo soy Tavares. Una tea ardiendo, cochifrito. Y una tragedia como para que papá y mamá se vuelvan locos de desesperación.
Pero al haber no sido, mi vida ha discurrido entre meandros. O mejor, entre lugares que son como las caras de una misma moneda. Dentro de las llamas y fuera de ellas. En otras palabras, no he triunfado. Y he hecho que los demás también fracasasen. Tavares se salvó del incendio en el viejo caserón de su abuela y se convirtió en un imbécil, en un escritor de mucho éxito. Le dió la razón a sus profetas. Escribió mucho de aquel incendio provocado por un brasero en el que su abuela pereció. Bendito sea ese Tavares, pero este Tavares es una pesadilla: un bebé que arde. Al menos no berreé, porque ya me había asfixiado. Un bebé que arde es algo espantoso, difícil de soportar en la imaginación. Sin embargo, es más frecuente de lo que se piensa. Hay bebés, púramente ígneos en su fuero interno, cuyo solo deseo de espantar a los seres que más los aman, les hacen prenderse. Porque no quieren ser lo que hubieran deseado ser.
Me ha costado tanto no ser Tavares, ese triunfador de las letras...

2 comentarios:

Mariano Zurdo dijo...

Manejas este género de lo negro (en este caso chamuscado) que da gusto. Su punto de humor, reflexión y sabor tétrico justo.
Te seguiré leyendo, siempre que controle mi miedo, claro, glub...

Anónimo dijo...

A relato por día? Así a lo bestia?
Me ha gustado el relato, pero confundo a Tavares con Tabarovsky casi todo el tiempo.
Un abrazo.