Es esta cosa que tenemos los poetas que estemos donde sea, quizás lo que nos ronda por la cabeza son unos versos incompletos, aunque nos hayamos alejado de ellos años y kilómetros. En mi caso, una eternidad y un abismo puestos ahí, como muro de Berlín, por un frasco de pastillas en un mal momento. Mi recuerdo es en un cuarto de estudiante, de madrugada, estoy solo y lleno de fervor, con un entusiasmo por mí mismo que intento disimular, a través de una sacrificada entrega a las musas, invisibles en mi compañía. Mis compañeros de piso han salido de marcha. Doblo el papel hasta dejarlo como un pitillo plano y lo meto en una grieta de la pared. Es una nota con unos versos para nadie. Mi nadie eterna. Mi nadie de siempre. A la que le he ido dejando poemas a medio terminar en los lugares más insólitos. Y ahí queda, para la nadie de mi aventura. Al cabo empiezan a salir versos de todas partes. Están intactos. Pero un buen día me cunde una necesidad extraña, deseo regresar, pasar por encima de ese muro de Berlín. O por debajo. A través de un túnel que con los dientes podría ir abriendo desde este cementerio. De modo que me planto en aquella habitación de la grieta. Ipso facto. Ni mucho ni poco tiempo después de haber vivido en ella. Cuando el piso ya no es de estudiantes. Así que por un lado lo encuentro irreconocible a causa de las reformas. Por otro, enseguida me doy cuenta de cuál es el espacio que otrora había ocupado mi cuarto. Y reconozco la pared de la grieta, que palpita a mis extrasentidos, cubierta por un discreto empapelado. En el cielo truena una tempestad. Qué mejor momento, me digo. Para el terror clásico. En mitad de la sala un hombre fuma en silencio con las piernas cruzadas: unas medias elegantes y un hermoso par de zapatos de tacón de color rojo. Como sus labios. Relámpago, lluvia y humo de cigarrillo, y trueno. Allí mismo emergí yo. Como si hubiese escarbado bajo tierra, através de los sótanos de los edificios. Con los dientes. En mitad de la sala también. Detrás del hombre. A su cogote. Con la palidez y el frío que te da pasar un tiempo a la sombra. Del camposanto. Cuando le pareció el tipo se levantó y se fue a otra habitación. En ese momento aprovecho para acercarme a la pared de marras. Como una alimaña viva la nota con los versos no deja de chillarme para que la rescate. De la nada, del vacío, de ese lugar al que se han ido mis ojos, traigo una sencilla fórmula para acabar el poema. Arranco el empapelado con los dientes. Es lo único con lo que puedo hacer algo de fuerza. Los dedos están tan agusanados que se desharían en el intento. Pero lo realmente difícil es hacer que la puñetera pluma escriba. Desde la boca.
viernes, 25 de enero de 2008
La poesía
Es esta cosa que tenemos los poetas que estemos donde sea, quizás lo que nos ronda por la cabeza son unos versos incompletos, aunque nos hayamos alejado de ellos años y kilómetros. En mi caso, una eternidad y un abismo puestos ahí, como muro de Berlín, por un frasco de pastillas en un mal momento. Mi recuerdo es en un cuarto de estudiante, de madrugada, estoy solo y lleno de fervor, con un entusiasmo por mí mismo que intento disimular, a través de una sacrificada entrega a las musas, invisibles en mi compañía. Mis compañeros de piso han salido de marcha. Doblo el papel hasta dejarlo como un pitillo plano y lo meto en una grieta de la pared. Es una nota con unos versos para nadie. Mi nadie eterna. Mi nadie de siempre. A la que le he ido dejando poemas a medio terminar en los lugares más insólitos. Y ahí queda, para la nadie de mi aventura. Al cabo empiezan a salir versos de todas partes. Están intactos. Pero un buen día me cunde una necesidad extraña, deseo regresar, pasar por encima de ese muro de Berlín. O por debajo. A través de un túnel que con los dientes podría ir abriendo desde este cementerio. De modo que me planto en aquella habitación de la grieta. Ipso facto. Ni mucho ni poco tiempo después de haber vivido en ella. Cuando el piso ya no es de estudiantes. Así que por un lado lo encuentro irreconocible a causa de las reformas. Por otro, enseguida me doy cuenta de cuál es el espacio que otrora había ocupado mi cuarto. Y reconozco la pared de la grieta, que palpita a mis extrasentidos, cubierta por un discreto empapelado. En el cielo truena una tempestad. Qué mejor momento, me digo. Para el terror clásico. En mitad de la sala un hombre fuma en silencio con las piernas cruzadas: unas medias elegantes y un hermoso par de zapatos de tacón de color rojo. Como sus labios. Relámpago, lluvia y humo de cigarrillo, y trueno. Allí mismo emergí yo. Como si hubiese escarbado bajo tierra, através de los sótanos de los edificios. Con los dientes. En mitad de la sala también. Detrás del hombre. A su cogote. Con la palidez y el frío que te da pasar un tiempo a la sombra. Del camposanto. Cuando le pareció el tipo se levantó y se fue a otra habitación. En ese momento aprovecho para acercarme a la pared de marras. Como una alimaña viva la nota con los versos no deja de chillarme para que la rescate. De la nada, del vacío, de ese lugar al que se han ido mis ojos, traigo una sencilla fórmula para acabar el poema. Arranco el empapelado con los dientes. Es lo único con lo que puedo hacer algo de fuerza. Los dedos están tan agusanados que se desharían en el intento. Pero lo realmente difícil es hacer que la puñetera pluma escriba. Desde la boca.
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6 comentarios:
Hola Hombre de Barro. Quema la casa. Con un bidón de queroseno. Saludos cordiales.
Vaya, la poesía en toda su cruda desnudez, con el lado oculto al descubierto.
"Buen intento", diría esa tirana.
Iba a decir que con cien cañones por banda viento en popa a toda veal, pero aún estoy masticando el papel de esa imagen tétrica de la poesía tan impactante, he de retirarme a mis aposentos a reflexionar.
Cada día estás más surreal.
Relato fantasmal de regreso del pasado y de la poesía. Si pudiera rescatar mis versos de aquellos primeros enamoramientos... pienso que sería decepcionante. ¡Cuánta pasión! Pero la pasión sin arte es
insufrible. Ojalá en esos escondrijos se oculten y conjuguen la intuición y el arte.
Qué suerte haber podido parar el tiempo en ese momento, sin volver a tocar el papel que ya no es tuyo, sino de nadie. Y no se lo has pedido.
Y el humo, y los zapatos de tacón, y el rojo carmín y todo... todo se lo tragó la nada de la grieta de la que emergió, pluma en boca, tu poema.
¡PEAZORELATO, qué gusto da! :0
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