Mi hermano Rafalito y yo eramos igualitos. Hasta en los andares. Y en los gustos. Ni papá era capaz de conocernos, sobre todo si tenía encima una pea. La única capaz de distinguirnos: mamá. La de travesuras que hacíamos echándole las culpas al otro. Pero Rafalito y yo, con la misma cara, con este mismo pelo de panocha y con unos granos que se nos escapaban de la cara, hacia la barbilla o la frente, teníamos dos sinos muy distintos. Por donde mamá nos conocía, por el fondo de los ojos. Era lo que ella le decía a todo el mundo. Y cuando decía mi Fali, suspiraba. A lo mejor nadie se daba cuenta, ni siquiera mi hermano, pero yo sí. Hasta que supe por qué.
No éramos mucho de ir a la escuela. Nos escapábamos. Ya sabe usted cómo era la juventud de entonces. Los hombres a la mar, las mujeres en sus tareas. Pero los chavales estábamos díscolos. Busquimanos nos llamaban. Porque peinábamos las playas y los caminos entre los pinares, a ver lo que caía. A lo primero andurreando, si es que desde chiquitito tenías ese gusanillo. Después, ya con una motillo, o con un quad. Y claro que caía, claro que sí. Buenos lotes, como tabletitas de turrones bien apretadas, envueltas en papel con ese color caca, forrado con plástico. Y anda que no éramos buenos, Rafalito y yo. Teníamos un radar especial para los fardos de hachís que habían tirado desde las barcas. Ahí van los gemelos, decían los viejos sentados en el muelle, mientras cosían las redes. Cada uno a lo suyo. Papá en la taberna, era lo suyo.
Rafalito dijo de meternos hacia Punta Blanca. Por qué por ahí. Hazme caso. Cogimos la Bultaco amarilla. Los dos. Esquivamos a los munipa. Salimos desde los corrales. La manejaba yo. Era él el que me decía: sube por ese camino o baja por ahí. Yo le hacía caso sin rechistar. Mamá se había quedado con la telenovela puesta. Vamos a dar una vuelta, le dijimos. Tened cuidado. Fali, insistió, cuidado. Y suspiró, como si el amor de Luis Enrique por una criadita de la hacienda la conmoviese. Pero yo sabía que el motivo no era otro que mi hermano. Allí atrás, en equilibrio, sobre la Bultaco, a la que de repente yo le soltaba el embrague, y de un acelerón se ponía a dos patas. Gritamos como dos vaqueros del rodeo en el oeste, y cuando los guardias aparecieron en el pinar, nosotros ya estábamos en la otra punta, hacia la escollera, bien calladitos, con cien ojos en la cara. Ahí, ahí. Nuestra pesca.
Vuelve, me dijo. Ya habíamos escondido el tesoro. Pero no había mapa. En los tiempos del abuelo los pesqueros celebraban una buena captura haciendo sonar las sirenas, cuando entraban en el puerto. En los tiempos de papá, apenas se habían oído las sirenas de los barcos. Nosotros demostrábamos nuestra alegría haciendo el caballito. Aunque también nuestra rabia. De repente solté el embrague y aceleré. Porque lo que más nos apetecía era tomarles el pelo a los guardias. Hacerles rabiar.
Rafalito salió despedido hacia atrás. Nunca antes había ocurrido. Su cabeza fue a parar al empedrado. Se la abrió. Se quedó con los ojos abiertos. Los pelos, de este mismito color que yo tengo, amarillos como el maíz, se le fueron hundiendo en una salsa espesa, como si fuese una mermelada. De color rojo. Me asomé dentro de Rafalito, por la puerta que había en el fondo de sus ojos. Y allí estaban aquellos suspiros perdidos de mamá. Usted a lo mejor no lo cree, pero han pasado ya muchos años. Pues todos los días desde entonces he buscado a través de los míos. Pero nada, ni una señal. En todo lo demás si que éramos idénticos. Nadie supo decidir quién de los dos había quedado con vida. A mamá no le cupo duda, cuando alguien le llegó con la noticia.
3 comentarios:
a VECES, y no se me enfade, bueno, la mayoría, los gemelos tienen algo de siniestro...y eso que mi mejor amiga de los 20 años y yo, salímos una vez con unos...pero tremendos y complejos, ya le digo...
POr nada del mundo quisiera yo tener una hermana gemela, y si el azar me hubiera puesto una enfrente, ya le aseguro que hubiera hecho todo loposible por distinguirme de ella...
¡Que angustia, por Dios!
Muy bonito lo de mirar "·dentro" de los ojos...yo también creo en ello...
Me admira lo prolífico que eres sin bajar el nivel.
Si existiera eso de la envidia sana, ahora tendría mucha.
Besitos/azos.
Apasionante. Es evidente que se te da bien escribir.
Un abrazo.
Publicar un comentario