Hay veces que creo que ya ha llegado el momento. De sujetar la pistola sobre la sien y apretar el gatillo. O en el pecho. El disparo. Porque tiene que ser. No por otra cosa. Pero me despisto, me inquieto con otra pequeña preocupación que contribuye a desgastarme más. Virtudes también se inquieta, me observa en silencio, con una olla en la mano, o ante el grifo abierto que deja correr el agua. Me observa cuando cree que estoy despistado. Siento su preocupación como si fuese una caricia temblorosa y exasperante por la espalda. Ha encontrado y leído las notas que he dejado en cualquier parte. Y ahora no me puedo perdonar el descuido. Me imagino delante del espejo de nuestro dormitorio. Me imagino en ese instante anterior. Después del tiro ya me cuesta imaginarme. Después sólo me imagino a Virtudes. Sola. Cansada. Delante del grifo que deja correr el agua. Parada en el instante antes de salir corriendo hasta nuestro dormitorio. Ya sin la preocupación. Ya sin ella. Y es que ahora estoy aquí, Virtudes. Aquí, al otro lado. Solo. Y no es peor sitio que ese en el que tú estás. Y es que tenía tantas ganas de irme. Pero no me pegué un tiro. No lo hice. Dejaré actuar al tiempo, me dije. A ver qué pasa. Nada. A veces creo que ya ha llegado el momento. Es cuando me busco en los espejos, pero no estoy. De ponerme una soga al cuello y darle una patada a la silla. O de usar un veneno. Sigo con esa idea. Y la escribo en cualquier parte. Papeles que dejo atrás, pero que ya no te pueden causar inquietud ninguna, que no puedes encontrar dentro de un cajón, como estás ahora, dos metros bajo tierra, querida Virtudes.
2 comentarios:
¡Ostras! Me ha electrizado. Mucha potencia desde la brevedad, hombredebarro.
Besitos/azos.
¿Suicida o psicópata? Quizás ambas cosas.
Un abrazo.
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