martes, 19 de febrero de 2008

Águeda y Sara


Qué ganas de fumar. Si alguna de vosotras tuviese la macabra ocurrencia de ponerme un cigarrillo en los labios, le estaría eternamente agradecido, al menos mientras me durase en los labios, consumiéndose lentamente. Águeda, tú misma no piensas en otra cosa que en sacar un pitillo y encenderlo. Tu maquillaje, tu rostro, tus movimientos, se llenan de pequeños espasmos, como un mar que empieza a picarse, porque necesitas fumar y también beber algo fuerte para poner orden en los músculos. Qué hermosa ruina, querida. Qué grandioso castillo de mujer con las almenas rotas. Aunque te sientas patética, otra vez vestida de luto. Y tú, Sara, a su lado, qué contraste, segura, fuerte, joven, decidida, sacas tu paquete de Marlboro y enciendes uno. Águeda, te vas por los ojos, en una mirada que te expone a las inclemencias, que deja al descubierto las debilidades.
-¿Quieres uno?
-No, no...Sí, bueno sí...No sé si está bien aquí.
-Aquí está perfecto.
Y ahora, el milagro. Añades, Sara, mi joven Sara:
-A él seguro que le apetecería uno si estuviese aquí, en su propio entierro.
Así que no como broma, sino como gesto necesario, me podrías introducir en los labios rígidos, blancos, un cigarrillo. Nadie se atrevería a decir esta boca es mía.
Pero no lo haces, Sara, tan práctica, tan consciente de qué es la vida, ese cigarrillo que Águeda y tú os fumáis contra toda recomendación, para empezar contra el cartel que lo prohibe, tachando un cigarrillo. Imagen que tú, Águeda, no puedes dejar de observar mientras tanto. Alternativamente miras al cartel y a Sara, a la que le trae sin cuidado, y eso, después de todo, con ese miedo que te inquieta te provoca la risa. Y como no ves ningún cartel que tache una copa, sacas una petaca de tu bolso y se la ofreces a Sara.
-Gracias.
Te la pasa.
-De nada, querida.
Y la corriente de simpatía entre vosotras casi que hace que me levante del ataúd para echar yo también un trago.

A alguien se lo tienes que contar, Águeda, y por qué no a ella.
Le conocí en el funeral de mi marido. Dices. A Sara el principio le gusta, volvéis a echar otro trago después del cigarrillo.
Los funerales de éstos son todos muy parecidos. Muy elegantes, muy ordenados. A él le han dado dos disparos en la cabeza, a mi marido lo mismo. Dos disparos así, limpiamente, quiere decir que no son deshonrados, que se les reconoce su labor dentro de la organización y se les admira por sus trabajos y entrega. Pero hay alguna situación insostenible, normalmente un exceso de celo, de ambición y poder, no me preguntes por los detalles, son imposibles de conocer, nunca los averigüé en el caso de mi marido. Y sabes una cosa, luego supe que fue él quien dio la orden. No son asesinatos, exactamente, son situaciones inevitables, que ellos asumen en el momento de recibir las balas. Querida, ellos están en el ajo, pero a mí ya me ha pasado dos veces. Una con mi marido y ahora con él, aunque hacía tiempo que no nos veíamos. Como comprenderás, no puedo pasar sin echar un traguito cada cierto tiempo. Yo lo que te recomiendo es que ahora, cuando él se quede ahí, bajo tierra, a oscuras, a solas, con tiempo para pensar, cuando tú llegues a casa, que no te encuentres sola, llama a un amigo, a un novio y métete con él en la cama.
-¿Sales con alguien?
-Supongo que sí.
-¿También está en el ajo?
-Sí.
-¿Y tú?
-Sí, también yo estoy en el ajo.
-Yo pertenezco a otra época, en la que las mujeres estábamos al margen.

Esa eres tú, Sara, hermosa y letal. A la salida del cementerio llueve, no sé, a mí me llueve. Aunque a vosotras el sol del otoño os da un cálido abrazo, como el último pésame antes de subiros al taxi. Le has dicho a Águeda que la acompañas a su casa. No os detenéis, no queréis preparar café ni té. Os echáis en la cama. Os abrazáis y en ese lazo enseguida Águeda adivina lo que yo he sido incapaz por mí mismo, que has sido tú, mi hermosa y amada niña Sara, quien ha dado esta vez la orden. Y es entonces, cuando se desvanece mi último hilo de conciencia: aquí dentro llueve, llueve, llueve, pero quizás ni eso, sólo es mi descomposición y soy yo la lluvia, por no decir que soy yo los gusanos, nada al fin. Nada repetido en la lluvia, una nada multiplicada en estos gusanos concienzudos que me exploran.

8 comentarios:

Carmen dijo...

Antes de ser abrazada por la lluvia quiero salir a disfrutar del sol. Y me voy ya, antes de que Agueda y Sara terminen su historia.

leo dijo...

¿Esta serie está publicada también? Me dejas boquiabierta siempre.
Pd.-Me han entrado ganas de fumar hasta a mí.

Anónimo dijo...

Están esperando una orden y tienen mucha suerte al poder, mientras, echarse un trago y pitillo.
Ahora mismo me parece que es el mejor relato que te he leído. Ahora sí.
Un saludo.

nancicomansi dijo...

me gusta mucho (entre otras muchas cosas...) que le llueva a "uno"...eso que tu expresas con el -" a mi me llueve"...
y es que no se puede apropiar uno,repito, en exclusiva de un fenómeno meteorológico?

Joselu dijo...

Dejé de fumar, pero añoro el tiempo en que lo hacía. Tardes inmensas de cama y cigarrillos, unidas a una que otra Voldamm. Uf. Relato potente y sugerente.

Mariano Zurdo dijo...

Aparte de las historias en sí, provocas una serie de imágenes buenísimas.
Admirado me hallo.

hombredebarro dijo...

Pues gracias a todos por aparecer por aquí. Éste era el final de la serie.
Luego colgaré cómo se surgió.
Un saludo.

Fernando García Pañeda dijo...

En nada ha defraudado este cierre.
Enhorabuena.