Eran muy hermosas sin excepción, jóvenes y maduras, e iban vestidas de negro. Negro de pies a cabeza. El negro en la mujeres siempre me ha destacado su suprema carnalidad. Estaban espléndidas y se concentraban a mi alrededor, que yacía aún con media sonrisa hueca y el flequillo suelto, las manos cruzadas en el pecho, un pulgar acariciando uno de los botones de nácar de mi camisa. Fiambre. Dos tiros me habían dado, con sendos orificios de entrada y de salida. Pero a sus ojos todo estaba perfecto, taponados con cera. Ellas resplandecían con los lagrimales húmedos, que a compás se iban secando con la punta de unos pañuelitos perfumados, los cuales a mí me producían nostalgia. Yo intentaba demorarme con la misma simpatía que había cultivado en las épocas de más ajetreo delictivo, pero la verdad es que me empezaba a encontrar frío y sentía que se iniciaban los procesos de descomposición. No obstante, estaba dispuesto a aguantar el tipo mientras ellas estuviesen allí velándome. Serían sólo unos minutos más. Luego me relajaría viendo el trabajo de los gusanos. Siempre fui un perfeccionista, así que estaría atento a cualquier detalle. No todas se conocían, es fácil de entender que nunca me hubiese preocupado de hacer los honores de presentación entre ellas. Algunas se habían encargado de darse a conocer por su propia cuenta y en esos asuntos yo nunca me había metido. Cuando me cerraron la tapa del ataúd pensé que Adiós definitivamente, adonde fuera que me dirigiese, pero en el acto mismo del crujido del cierre, estuve de nuevo entre ellas liberado ya del frío y de los retortijones de la descomposición. Se puede decir que en forma sin materia. Me sentía en el centro de todas y en el interior de cada una. A la puerta del cementerio, cuando llegó el momento de decirse adiós intercambiaron tarjetas y teléfonos, porque a pesar de todas las diferencias que las separaban, cuando se sacasen de encima todos aquellos hermosos vestidos luctuosos, seguirían teniendo en común a un hombre. Y no un hombre cualquiera. Bien lo sabían.
Laura, Águeda, Mercedes, Salvadora, Carmen, Adela, Sara y Felisa.
4 comentarios:
Además de la moñas del grupo, como sigas escribiendo semejantes relatos, me voy a convertir en la pelota oficial (y no la del mundial... Vale, sí, lo siento :)
Va tan sobraíllo el personaje que ganas me entran de vestirme de negro y llorarle.
Va sobradillo sí. Vamos a ver adónde va a parar.
Me encantan esos detalles intimistas que cuelgas así como para despistar:
<<-¿Qué quieres que te haga?
-Sóplame muy suavecito en las orejas, me decía...>>
Me encanta
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