lunes, 21 de enero de 2008

Extrañamiento


Lo que ocurrió fue que después de detener el coche me entretuve buscando unos papeles para la reunión. Y oí la música. Normalmente no me doy cuenta de lo que suena. Conduzco pensando en los asuntos del trabajo. Una parte importante de él consiste en mantener reuniones periódicas con otros agentes. Así que oí aquellos golpes de guitarra y miré afuera, cuando de un vehículo que acababa de aparcar se bajó el único agente que me hace sombra en las ventas. No lo perdí de vista hasta que entró. La barriga me dio una punzada. Decidí quedarme allí, que era el paso obligado para el resto de asistentes a la reunión. Normalmente me gusta llegar con unos minutos de antelación. Luego llegó la nueva jefa de zona. Aparcó y se estuvo repasando los labios en el retrovisor. Cuando se apeó miró hacia mi coche, pero no se dio cuenta de que yo estaba dentro. Revisé en torno a mí el habitáculo y me sentí arropado por la música. Dejé que pasasen por delante todos los asistentes a la reunión. Cuando entré en la sala ya habían empezado. Estuve distraído. Tomé unas pocas notas al tuntún, sin enterarme, porque observándolos ahora me parecía que, de un momento a otro, alguno entraría en crisis. Pero la reunión transcurrió durante toda la tarde como tantas otras. Se diseñó un nuevo plan para lograr más rendimiento. Aporté mi experiencia, pero de modo mecánico, distraído. A la salida fuimos a tomar unas copas. Me acerqué a la nueva jefa de zona antes de que lo hiciese mi rival en ventas. A la segunda copa ya habíamos decidido alejarnos de allí. Cada cual en su coche para vernos en la habitación de un hotel. Llegué el primero al parking y de nuevo me quedé un rato en el coche oyendo la música. A gusto en aquel habitáculo al que nunca le había dado este uso. La observé otra vez. Volvió a retocarse los labios en el espejo. Luego salió y se dirigió al ascensor. Sentí una tristeza grande, pero no pude dominar la erección y me desahogué. Abrí la guantera y saqué las esposas que me regalaron en la oficina el año pasado. A ambos nos esperaban en casa para cenar.
Lo que sucede ahora es que mis ventas han caído en picado. Paso mucho tiempo en el coche oyendo música y observando a la gente. Me gusta hacerlo, porque me da una sensación poderosa. Mayor que el éxito que he conocido hasta ahora: dinero, mujeres y prestigio. Cuando me canso de mirar, abro la guantera, saco las esposas y me voy detrás de alguien, pero a la hora de cenar siempre estoy en casa.

3 comentarios:

Carmen dijo...

Espero estar siempre lejos de tu mirada... y a pesar de que me gusta ser mirada, preferiría no gustarte nada... Nos encontraremos en otro lugar, fuera de garajes y coches...

Ispilatze dijo...

Recuérdame que no sea jefe de ventas. Y que si veo a un buen señor con esposas que propone... por lo menos me invite a cenar.¡Y que otros esperen, joder!

Me gusta este paseo, así que voy a sumergir los pies en el barro y a seguir descubriendo al hombre modelado.

...y que tiene por oficio modelar. ¡madrepordios, qué difícil vocación! :)

Volveré por aquí (link/clic) antes de que se seque...

Tawaki dijo...

Eres claro, directo, limpio y preciso, como tu personaje.

Un abrazo.